Fresas, tarta de queso y poesía

 


Hoy he estado a punto de llamarte. 

He llegado al borde del acantilado de mi rutina y he estado a punto de saltar. 

Y llamarte.

Últimamente te encuentro en todos mis hasta luego, en las veces que se entrelaza la luz del sol en mis dedos, en la brisa que se levanta justo cuando empieza a anochecer. En las hojas secas que caen del almendro de mi jardín. En la melodía repetitiva de un despertador siempre demasiado lejos como para alcanzarlo con la mano, obligándome a despertar, obligándome a ponerme en pie y empezar el día. O lo que sea que se supone que debo empezar.

Los días han pasado súper rápido este mes. Me he sentido perdida y he terminado econtrándome justo en los últimos posos del café. Serena, oscura y fría. Anhelante.

A veces he tenido la sensación de que todo el mundo avanzaba menos yo. Que al final termino siempre anclada en este sitio, como si tuviera una piedra atada a unos grilletes estrangulándome el tobillo. Y que por más que lo intentara iba a ser en vano. Todo el mundo avanza menos yo. Parte de la felicidad viene de aceptar y adaptarse a lo que tiene uno, a lo que es viable, a lo que puedes hacer con lo que tienes en ese momento. Yo ahora solo tengo frustración, me queda mucho todavía.

Últimamente te he encontrado en las cosas más nimias e insignificantes. Mientras cortaba los tomates de la ensalada, mientras me hacía un café, mientras salía al patio a ver las luciérnagas a media noche. Al pasar mis dedos por el lomo del libro que voy a dejar olvidado en mi mesa de noche durante el próximo mes. En las motas de polvo que revolotean a la luz del sol. 

Hay siempre algo de magia en querer de lejos. A una distancia lo suficientemente prudente como para que no duela, pero siempre termina haciendo daño. En un espacio lo suficientemente amplio como para que no termine de afectarme si el oleaje del mar empieza a embravecerse o si el río cambia el rumbo. Hay algo de poesía en esos minutos en los que todo cobra sentido y las piezas encajan y terminas mirando a la nada con el corazón acongojado. 

¿Es real? 

Suspiro.

La vida sigue, al final. Y a veces no hay forma de saber qué hacer con todo el amor que llevas dentro. Y al final da un poco de miedo no saber si encontrarás a alguien capaz de recibirlo. O si ese alguien será capaz de no romperlo. Y por eso sigues queriendo de lejos, a una distancia prudente y segura. A una distancia que permite que siga doliendo y que sigas sintiendo que es real, pero que hace que el dolor sea manejable. Que la herida se pueda curar con un poco de tarta, una taza de café y un libro de poesía. Pasando una noche en vela escuchando una canción o dando un paseo por el jardín a las dos de la mañana mientras cantan los grillos y el viento te despeina.

La vida sigue, al final. Y parece que cuanto más avanzo más lejos está el teléfono y es más difícil acercarme. Y por más que lo intento siempre encuentro excusas para no llamarte.



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