Mayo con olor a cerezas
He tenido que parar a respirar. He sentido que se me acababa el oxígeno y necesitaba parar. Por algún motivo que todavía no he conseguido descifrar. Solo parar. Respirar.
Muchos días me despierto convencida de que no aporto mucho. Hay días en los que creo que nunca seré suficiente, que estoy destinada a ser quien se queda observando desde una distancia prudencial, la vida pasar. Los trenes detenerse y volver a partir, sin esperar. Las oportunidades desvanecerse tras el humo de la taza de café caliente.
Y me quedo de pie, esperando a que mi suerte cambie. Reconozco que muchas veces debo ser invisible, que más de una vez cuesta verme, darse cuenta de que estoy. Que soy como un fantasma dentro de mi propio cuerpo, muchos días no soporto estar sola con mis pensamientos de nuevo, mientras se me sale el corazón del pecho a las tres de la mañana. Muchas veces me alejo de las personas que más quiero porque tengo miedo a decepcionarlas, porque estoy asustada de que se vayan y me dejen y me partan en mil pedazos. Muchos días me gustaría ser cualquiera menos yo, perderme de vista un momento, olvidar quién soy y qué quiero.
Pero al final del día no pasa nada, da igual. Porque vuelvo a sonreír como si no hubiera pasado nada, como si el huracán de tu recuerdo no hubiera venido de improviso y hubiera arrasado todo a su paso. Porque al final del día nadie sabrá la violencia que tuvo que hacer falta para que yo terminara siendo así de amable. Porque fui lo suficientemente estúpida como para amarte en un lugar, y ahora estoy sin techo, soy una huérfana en una sucesión de catastróficos refugios. Y he tenido que desaparecer.
A veces el dolor es solo eso, dolor. No te hace más fuerte, no te moldea el carácter, solo duele. A veces el dolor solo duele y no pasa nada. No todo tiene por qué ser una lección y volver no tiene por qué hacer daño.
Me hubiera gustado escribir todo eso desde una cafetería en París, un restaurante en Praga o un pub en Londres. Me hubiera gustado escribir todo esto después de pasar una noche callejeando contigo por los barrios de Madrid. Tal vez bailar bajo las farolas de un parque mientras los demás se marchan. Esperar que salga el sol apoyada en un banco... Y besarte al decirte adiós.
Mayo se despide con esta sensación agridulce de las cosas incompletas. De soñar a medias, de querer a trozos y de echarse mucho de menos. Mayo se despide de la forma más catastrófica posible, con un montón de interrogantes quemándome la garganta, un montón de incomodidades a medio razonar, la sensación de haber perdido algo, no sé el qué y la idea de no querer seguir buscando lo que sea que quiera encontrar.
Mayo me deja el miedo que me da preguntar el por qué de muchas cosas, el "y si??" de tantas otras y la constante paradoja que supone tenerte y que no estés. Supongo que mayo también ha dejado claro que el amor y el dolor no tienen por qué irse. Que pueden quedarse, que tienen derecho a quedarse y a estar. Existir. Mientras los días y la vida siguen, ellos también. Y se moldea en lo que podría resumirse como que todo lo que eres ahora forma parte de lo que ya pasó. Y el resumen es que eso es bueno. Y está bien atesorarlo. Y no olvidar. Otra cosa que ha dejado mayo, es que no tengo por qué olvidar.
Y no sé si en el fondo esto es solo una pequeña muestra de todo lo que quiero decir o solo estoy triste.
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