Marzo, tarta de limón y carmín


 Hoy he vuelto a casa. De una forma extraña e inexplicable.

Me he reconciliado con esa parte de mí que se siente insuficiente, que se siente poca cosa. No es que ahora me crea invencible, pero al menos sé identificar qué me merezco y cuándo marcharme.

Algo es algo.

Desde hace un par de meses el tiempo pasa de forma vertiginosa. Asusta la cantidad de horas que se van simplemente en existir. Lo complicado que es a veces armarse de valor y salir.

Igual necesito parar. Detenerme y eso, simplemente respirar. Volver a pensar en todo lo que ha pasado estos meses, volver a plantearme si es este realmente el camino que quiero recorrer. Volver a preguntarme si realmente quiero seguir como hasta ahora o debería ser valiente y decir adiós a la comodidad de mi rutina. La comodidad de la soledad.

Hoy he vuelto a casa. A esa casa que construimos, con sus recuerdos, su nostalgia y su aroma a incienso y tarta de limón. No sé realmente si echo de menos estar allí o la sensación que tengo ahora de cómo era todo aquello. El tiempo y sus caprichos, que te hacen recordar cosas olvidándote de lo malo y lo feo. No sé realmente si lo que echo de menos es que esa casa nunca existió.

Probablemente lo único que necesite sea hacer las maletas y escaparme unos días a algún lado. Pasear por la playa, leer en una cafetería, comprarme un vestido de flores y escuchar música durante 10 horas seguidas. 

Y no sé, tal vez lo haga. 

Tal vez me vaya y me dedique a eso, siemplemente a existir.

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